Hoy vamos a explicar en qué consiste esta inflación tan particular y cuáles son sus consecuencias para las finanzas familiares. Yendo un poco más allá valoraremos si esta inflación verde puede hacer descarrilar el tren de la sostenibilidad por el que apuestan las autoridades de la Unión Europea y muchos ciudadanos europeos.
¿Qué es la inflación y cómo nos afecta?
El término inflación se utiliza para cuantificar la subida de los precios, tal y como te contamos en el artículo ¿Qué es la inflación y cómo afecta a mi bolsillo?
Como es lógico los precios suben porque sube la demanda o porque se reduce la oferta. Y podemos hablar de inflación en el precio de un producto o servicio determinado o de una inflación más global.
Esta inflación global es la que mide el Instituto Nacional de Estadística y sirve para aplicar políticas económicas.
Procede de sumar las subidas de precios de una cesta de productos determinados todos los meses y el Banco Central Europeo (BCE) considera adecuada una inflación o IPC (Índice de Precios al Consumo) del 2%.
Esto es así porque es normal que una economía que marcha bien sufra de una cierta inflación ante la subida de los precios de las materias primas y de los salarios de los trabajadores.
¿Cómo nos afecta? A través de la subida de los precios de los elementos de consumo diario, la inflación se come nuestro presupuesto antes de lo previsto. O compramos menos, o compramos lo mismo, pero buscando precios menores para compensar la inflación.
También se come nuestro ahorro, porque el dinero guardado nos aporta menos intereses de lo que suben los precios de lo que compramos. Así, con cien euros de enero más la rentabilidad obtenida durante esos doce meses podemos comprar lo mismo o menos en diciembre, debido a esa subida de los precios.
¿Y la inflación verde cómo nos afecta?
La inflación verde se deriva de la apuesta por la transición ecológica en los países occidentales. Recordemos que la UE tiene como objetivo reducir las emisiones de CO2 para 2050, en cumplimiento con los acuerdos de París.
Eso supone electrificar el parque automovilístico europeo, abrazar las tecnologías de generación ecológicas o sostenibles (energías renovables) y abandonar las energías más contaminantes, como el carbón o el gas natural.
También, las nucleares, en una extraña decisión política que a veces se las denomina verdes porque generan menos CO2 que otras tecnologías, y otras no, por los residuos y la posibilidad de accidentes como los de Chernóbil (Ucrania) o Fukushima (Japón).
En cualquier caso, una apuesta por la generación de electricidad vía energías renovables (básicamente eólica y solar) supone incrementar la demanda de ciertos metales industriales o tecnológicos menos utilizados. Lo mismo ocurre con la electrificación del parque automovilístico.
En ambos casos, se produce una inflación o subida en los precios de metales necesarios para estas tecnologías verdes como estaño, aluminio, cobre níquel o el cobalto. Según el Consejo de Energía, Medio Ambiente y Agua (CEEW) de la India estos metales han subido su precio en 2021 entre un 20% y un 90%.
Esos precios al alza de los metales terminan en los precios de estas tecnologías o en los vehículos eléctricos. Pero también retrasan la implantación de políticas más medioambientales porque las hacen más caras.
Esta situación se ha exacerbado con la crisis en Ucrania, pues Rusia es un gran productor de muchos de estos metales, además de ser el principal proveedor de gas natural de muchos países europeos.
Dado que se ha pactado no comprarle a Rusia para no financiar la guerra, algunos países europeos retrasan los proyectos de transición energética porque no pueden generar electricidad sin el gas ruso y -si tampoco quieren reabrir las nucleares- tienen que recurrir a energías más sucias como el carbón (un paso atrás en la transición ecológica).
La paradoja de la inflación verde
Esta es, por tanto, la paradoja de la inflación verde. Cuando más decidida sea la apuesta por la transición energética más cara se vuelve a través de la inflación en las materias primas necesarias para ello.
También hay un problema legislativo, pues la UE quiere materias primas que no tiene y que, por su propia legislación no quiere o no puede buscar en su territorio. Hay proyectos parados en España para extraer litio o uranio porque la minería no es una práctica muy sostenible o está sujeta a controles que la hacen poco viable para las empresas mineras.
¿Cómo solucionar el problema de la inflación verde?
Si los europeos queremos un territorio más sostenible tenemos que pagar por ello. En parte lo hacemos a través de esa inflación verde, en parte a través de financiación pública o privada.
Si demandamos a gobiernos y empresas que sean más sostenibles y aceptamos una cierta inflación de origen verde, entre todos podemos pagar esa factura. Por ejemplo, podemos invertir en empresas cotizadas que mantengan objetivos de desarrollo sostenible (ODS) o que se dediquen a las tecnologías verdes. Eso haría que nuestro ahorro contribuyera a una Europa más sostenible.
Estos esfuerzos de consumidores, inversores, empresas y estamentos públicos están consiguiendo avances en la transición energética a pesar de la inflación verde, pues la pagamos entre todos. En 2020 se instalaron en el mundo unos 260 gigawatios-hora de fuentes renovables. Y se esperan cifras al alza los próximos años.
Poco a poco, los costes de la transición energética irán bajando porque esas tecnologías serán más eficientes. Por ejemplo, un vehículo eléctrico de tecnología occidental es un producto de lujo, pero no lo es en China con su tecnología local. Han sido capaces de mejorar la eficiencia de sus baterías eléctricas para coches y sus empresas son líderes en ventas. Pronto se popularizarán esas baterías y bajarán de precio los vehículos eléctricos de fabricación occidental.
¿Aceptamos entonces una inflación verde?
La inflación verde se produce por la decidida apuesta por la transición ecológica. Esa transición tiene un coste porque no se puede implementar de un día para otro y precisa de materias primas específicas y de producción limitada.
A medida que consumidores, inversores, empresas y entidades públicas nos repartamos los costes, estos irán a la baja a través de una mayor producción de las materias primas necesarias y una mayor eficiencia de las tecnologías (más inversión global en I+D). Pero hace falta paciencia.
La inflación verde existe, pero resulta soportable si se reparte entre todos los que apostamos por una transición energética. Lo importante es que la inflación verde no sea una amenaza insalvable para impulsar la energía limpia.